El devorador de pecados
Una fría noche de principios del siglo XVI en una humilde casita del condado de Herefordshire, Gran Bretaña transcurre una triste e inquietante escena. Una madre rota de dolor abraza el cuerpo inerte de su joven hijo. El muchacho había sido herido en la guerra y utilizó las fuerzas que le quedaban para llegar a casa y ver a sus padres por última vez. La mujer teme que el alma inmortal de su vástago sea condenada a pasar toda la eternidad en el infierno. No hubo tiempo para una confesión ni para recibir los últimos Sacramentos.
Minutos después entra en la casa el padre del joven acompañado por un extraño hombre vestido con una túnica oscura y una capucha que le cubre el rostro. El sujeto camina encorvado, como si sobre sus hombros cargase un gran peso. Al verlo, los presentes en la casa se apartan asustados.
Junto al difunto reposan un cuenco con cerveza y un pequeño trozo de pan. El desconocido se acerca, toca el cuerpo y comprueba que aún está tibio. Inmediatamente saca de su túnica una bolsita de cuero de la que extrae una tiza con la que dibuja unos extraños símbolos. Enseguida, toma el cuenco y con él hace unos movimientos sobre el cadáver y al terminar bebe su contenido.
Posteriormente toma el pan y lo pasa por el pecho del difunto mientras dice: “Doy alivio y descanso a ti, querido hombre, para que no vagues por nuestros campos ni en nuestras veredas, y por esa paz, yo empeño mi alma”. Tras decir esto, come el pan y sale de la estancia. Una vez fuera de casa, el padre del soldado le entrega unas monedas y el extraño se marcha. El alma de su hijo se había salvado gracias al devorador de pecados.
¿El devorador de pecados?… ¿Qué es eso?
Algunos os estaréis preguntando que es un devorador de pecados. Otros habréis esbozado una sonrisa ya que seguramente vino a vuestras mentes aquella película protagonizada por Heath Ledger. Pues sabed que este filme está basado en una figura real, los devoradores de pecados existieron y estuvieron muy activos por toda Europa entre los siglos XVI y XIX.
En los siglos XVI y XVII, en el Reino Unido existía la creencia de que si alguien moría sin confesión ni Sacramentos mortuorios su alma iría al infierno. Pero, si el difunto no deseaba ir a ese lugar de penurias, su alma se quedaría anclada en la Tierra vagando eternamente y atormentando a los vivos.
La Iglesia Católica establece que solamente Dios perdona y absuelve los pecados y lo hace por mediación de un sacerdote en la confesión. El temor al fuego del infierno generó el surgimiento de la figura del devorador de pecados.
Algunos estudiosos creen que este personaje tiene sus raíces en el pasaje Bíblico de Levítico XVI 21-22 en el que se habla acerca del chivo expiatorio. Sin embargo, poco es lo que se conoce realmente acerca de estos emblemáticos individuos.
Se sabe que un devorador de pecados es una persona que acepta como propios los pecados de otro para así salvar esa alma. Al tomar esos pecados, el alma del auxiliado vuelve al Padre limpia. Es una manera de ganar almas para Dios y quitárselas a Satanás.
El devorador de pecados era un sujeto que causaba temor y repulsión entre las personas. Ellos estaban convencidos de que traían en su alma infinidad de ofensas a Dios. También creían que al devorar los pecados de otro, podía saber cuáles habían sido. Era el peso de la maldad el que le hacía caminar siempre encorvado y lucir avejentado.
Las reglas
Ser un devorador de pecados no era cosa sencilla, ya que estaban sometidos a varias reglas que por ningún motivo debían incumplir. La primera de ellas señalaba que no podía negarse a acudir a un llamado, sin importar quien fuese el muerto ni que había hecho. Ya os podéis imaginar que entre los difuntos que visitaba habría gente sencilla que no hubiese causado mucho daño, pero también peligrosos criminales.
La segunda norma indicaba que la persona tenía que haber fallecido sin haber recibido los últimos Sacramentos. Esta regla hace alusión a aquellos que no pudieron recibirlos por cualquier razón. Sin embargo, si una persona recibió los servicios religiosos pero sus pecados fueron tan terribles que la Iglesia no pudo perdonarlos, el devorador no hará nada.
Algunos afirman que los devoradores de pecados eran mendigos que aceptaban el oficio para conseguir algo de alimento. Otros aseguran que eran hombres con gran avaricia dispuestos a lo que sea con tal de enriquecerse. Nada más lejos de la realidad, ya que la tercera norma prohibía estrictamente cobrar por el servicio prestado. Si alguien deseaba darle unas monedas o algo de comer podía aceptarlo, pero nunca pedir nada a cambio.
La cuarta regla le prohibía tajantemente tomar nada de la casa de un difunto, ni siquiera un mendrugo de pan, aunque estuviese muy hambriento. La quinta regla, indicaba que el cadáver debía estar tibio, es decir, debía llevar poco tiempo de haber fallecido. Si el rigor mortis se había adueñado del cuerpo, o había empezado la descomposición, el devorador de pecados no llevaría a cabo su ritual. Esto se debe a que se pensaba que el alma abandonaba el cuerpo en cuanto este se enfriaba.
Más reglas
La sexta regla mencionaba que el devorador de pecados no podía tener familia, solamente debía dedicarse en cuerpo y alma a ese oficio. Puede convertirse en un devorador de pecados aquel que ha perdido a todos sus seres queridos. La séptima norma especificaba claramente que no podía tener trabajo ni propiedades, lo cual lo condenaba a la pobreza más absoluta. Estos hombres solían vivir en cuevas, casuchas abandonadas o ruinas antiguas. Además, su oficio les hacía ser temidos y despreciados por todo el mundo.
La octava regla indicaba que el devorador de pecados no podía confesarse ni pedir perdón por sus faltas. Esto se debe a que la Iglesia los consideraba como enemigos ya que hacían propios pecados que resultarían imperdonables. Sin mencionar que le quitaban un poco de trabajo a los sacerdotes.
La novena regla, la más importante, era que no podía relatar a nadie lo que hacía ni lo que sabía de otras personas. Todo debía ser un secreto que él se llevaría a la tumba. La décima y última señala que antes de morir, estaba obligado a traspasar el secreto a otro que tuviese el don de ser un devorador de pecados. Esto garantizaba que nunca dejase de haber alguien que prestase tan valioso servicio.
¿Quién podía convertirse en devorador de pecados?
Ahora mismo os estaréis preguntando ¿quién querría dedicarse a este oficio? Aceptar como propios los pecados ajenos, sean cuales fueran, arriesgarse a toda clase de peligros, vivir pobre y despreciado, no suena tentador.
Sin embargo, debéis saber que un devorador de pecados no decide serlo, no es una vocación que él haya escogido. Estos hombres eran elegidos para llevar a cabo esta importante misión. Se cree que un devorador no puede morir antes de traspasar el don a otro, incluso algunos han llegado a afirmar que esta norma los hacía inmortales.
En cuanto el devorador de pecados traspasaba el don, moría instantáneamente. Su alma quedaba completamente limpia, como la de un recién nacido y por lo tanto llevaba pase directo al cielo. Así que la ventaja de ser devorador de pecados era la recompensa celestial en la Vida Eterna.
Los elegidos para llevar a cabo esta misión eran aquellos hombres que habían perdido a su familia, sus posesiones… Todo aquello que tenían en esta vida terrenal. Por lo general, el que era elegido aceptaba gustoso desempeñar esta labor. Candidatos ideales eran los soldados que tras volver de la guerra se encontraban solos y pobres.
Pese a que nadie vigilaba que cumpliesen las normas, eran muy escrupulosos en su trabajo, ya que lo que había en juego era la Vida Eterna. A partir del siglo XVII, en muchas partes de Europa se llevó a cabo una brutal persecución de devoradores. Muchos fueron a parar a la hoguera o a la horca. Otros eran protegidos y ocultados por los aldeanos que no deseaban quedarse sin estos individuos.
Los que consiguieron sobrevivir, formaban una especie de logia o sociedad secreta. Algunos de ellos se embarcaron al Nuevo Mundo, donde, también en la clandestinidad, seguían ejerciendo su oficio.
El último devorador de pecados
Según algunos testimonios, con la modernización de los tiempos, los devoradores de pecados fueron perdiendo trabajo. La gente era cada vez menos creyente y las tradiciones antiguas iban abandonándose poco a poco. Esto provocó que estos hombres fuesen llamados en mayor parte por individuos sin escrúpulos que se sabían condenados al Fuego Eterno. Como estos sujetos no estaban dispuestos a arrepentirse, contrataban a su servicio personal a un devorador de pecados.
El último devorador del que se tiene noticia se llamaba Richard Munslow, vivía en Shropshire, Inglaterra y murió en 1906. Sus restos descansan en la Iglesia de Santa Elena. Si hacemos caso a la creencia, Munslow antes de fallecer tuvo que haber traspasado el don. Quizás haya algún devorador de pecados en alguna parte del mundo.
Si alguno queda actualmente, es muy probable que algunos seres perversos y poderosos los tengan retenidos. Quizás estos individuos piensan que pueden hacer todo el daño que desean y a la hora de morir pueden utilizar este servicio. Eso es tratar de engañar a Dios, pero eso es imposible ya que a Dios nadie lo engaña y muy probablemente del otro lado, estos individuos se lleven un gran chasco.
Varios estudiosos piensan que de quedar alguno, este debe estar en algún rincón de América, probablemente en México. Me despido con una frase del libro The Sin-eather: A breviary de Thomas Lynch:
“Muerto o vivo, la oscuridad le devora… Muerto o vivo, toma el terror… Muerto o vivo, le libera… Muerto o vivo, busca la expiación”.