Hay historias que con tinte de leyenda cabalgan entre la realidad y la fantasía. Historias que han sobrevivido gracias a la inestimable tradición oral que desde tiempos inmemoriales ha acompañado a cada pueblo del mundo. Algunas son divertidas, otras hablan sobre fantasmas o criaturas sobrenaturales y otras tantas tratan de hechos heroicos y grandes batallas. Pero también las hay tristes de grandes amores que se vieron truncados. Una de estas habla de un romance que se vio frustrado por las intrigas y los intereses políticos. Los protagonistas de esta historia son reales, sin embargo, no está comprobado con certeza que este episodio hubiese ocurrido, pero existen indicios para pensar que sí. Esta es, la triste historia de Doña Inés de Castro, una noble gallega que conquistó el corazón del príncipe de Portugal.
Doña Inés de Castro
Esta historia ocurrió en Portugal allá por el año de 1355 y su protagonista fue la noble dama gallega Doña Inés de Castro. Ella era hija de Don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos. Se piensa que debió haber nacido alrededor de 1320 en A Limia, Ourense. Gracias a su linaje y a estar emparentada con los reyes de Castilla, su formación fue exquisita. Cuando tenía veinte años, fue elegida para viajar a Portugal como dama de compañía de su prima doña Constanza Manuel, hija de don Juan Manuel.
El motivo del viaje era celebrar las nupcias de doña Constanza, que había sido prometida a don Pedro, hijo del rey de Portugal don Alfonso IV. Sin embargo, el corazón del joven príncipe lo conquistó doña Inés de Castro, pero aún así la boda se celebró. El matrimonio concertado no fue impedimento para que el heredero del trono y la noble gallega mantuvieran una relación.
Transcurrió el tiempo y los rumores de los amoríos de don Pedro con doña Inés no eran un secreto para nadie, ni para su esposa. Doña Constanza vivía tristemente en la corte sabiendo que no era amada y con la certeza de que llegaría al trono. Pero el destino, a veces cruel bromista, no quiso que llegase a ser reina. Doña Constanza falleció el 27 de enero de 1349 tras dar a luz a su hijo Fernando, futuro heredero al trono.
El joven Fernando no fue el único hijo que tuvo el Príncipe. Doña Inés de Castro también había engendrado vástagos fruto de su amor con Don Pedro. Sin embargo, estos niños, eran bastardos y en las cortes se negaban a que fuesen reconocidos.
Conjura y muerte
Al haber fallecido su esposa, don Pedro tenía la intención de desposar a doña Inés de Castro para que en un futuro fuese su reina. Sin embargo, en las cortes la idea de este matrimonio no era aceptada ni por los nobles ni por el rey, especialmente por cuestiones políticas. Don Alfonso trató de convencer a su hijo para que rompiera la relación con su amante y este se negó en rotundo. Don Pedro continuó su relación con la mujer que amaba, incluso, algunos historiadores sostienen que se casaron en secreto.
Como su hijo era reticente a dejar a doña Inés, don Alfonso decide tomar medidas más drásticas. Influenciado por los nobles, principalmente por don Pero Coello, don Álvaro Gonçalves y don Diogo Lopes Pacheco decide que la mejor opción era deshacerse de la dama. Fue así como estos sujetos el día 7 de enero de 1355 se dirigieron a la Quinta das Lágrimas de Coimbra, morada de la noble gallega. Entonces, Pacheco, valiéndose de su espada le dio muerte ante los aterrados ojos de los hijos de aquella desdichada.
La venganza
Al enterarse don Pedro, ciego de rabia y de dolor, ayudado por sus partidarios, declara la guerra a su padre el rey. La muerte de doña Inés de Castro fue lo que provocó el estallido de una pequeña guerra civil en Portugal. Este conflicto terminó gracias a la intervención de la reina madre doña Beatriz. Poco tiempo después, el 28 de mayo de 1357, fallece el rey y don Pedro asciende al trono. Una vez coronado rey consigue vengarse ajusticiando a los asesinos de doña Inés de Castro.
En cuanto consumó su venganza, don Pedro decide coronar reina a su amada y convoca a los nobles de la corte. Ordenó sacar del sepulcro los restos de doña Inés, engalanarlos con los mejores vestidos y joyas, colocar una corona sobre su cabeza y sentarla en el trono. Una vez allí sentada ordenó que todos los nobles debían rendir pleitesía a su reina y besar su real mano. Uno a uno fue cumpliendo con la macabra orden ante el miedo de las represalias del rey. Al concluir la ceremonia de coronación, el rey dio la orden de devolver el cadáver de Doña Inés de Castro a su tumba.
Amor eterno
Se dice que don Pedro jamás pudo olvidar a su amada doña Inés de Castro. Hay quienes afirman que el rey aseguró que el espíritu de la noble gallega lo acompañó durante el resto de sus días. Don Pedro había hecho para ella, a modo de último homenaje, un bello sepulcro en el monasterio de Alcobaça. Poco antes de morir, el rey ordenó la realización de su propio sepulcro y dispuso que debía estar justo en frente del de doña Inés. Así, cuando llegase el día del juicio final y la resurrección de los muertos, lo primero que vería sería a su amada doña Inés de Castro.
Y así cuentan que ocurrió la trágica historia de un amor prohibido entre una noble y un príncipe heredero. Y así cuentan como unos nobles tuvieron que rendir homenaje después de muerta a aquella que en vida despreciaron.
Esta historia ha sido recreada infinidad de veces en la pintura, música y la literatura, donde gran cantidad de escritores han hecho correr ríos de tinta. Si te interesa el tema, te recomiendo algunas obras en las que ha sido contado este relato: Os luisiadas de Luis de Camoes; el número XXX de los Cantos de Ezra Pound; la Nise Lastimosa de Jerónimo Bermúdez o Las leyendas tradicionales gallegas de Leandro Carré Alvarellos.
Si te gustó este artículo y quieres conocer a otra gran gallega ilustre, entonces te recomiendo que visites mi entrada sobre Egeria, la monja viajera. Para leer este trabajos solamente haz click aquí.